Manija de Mundial

En esta nueva normalidad donde el encierro nos obliga a estar en el peor lugar posible, a solas con nosotros mismos, hace días siento la necesidad de un nuevo Mundial. No ansiedad, no alegría. Necesidad. Así como una barbaridad de personas necesitaron salir a amontonarse unas con las otras fingiendo hacer ejercicio, yo siento la necesidad de cantar el himno como un boludo adelante del televisor.

Tal vez porque como argentino mi cerebro intenta suprimir la vergüenza del 2018, haciéndome creer que en realidad no ocurrió, o porque sigo insistiendo con que ir así a una cita vital para nuestras vidas no vale. Como sea, para mí hace seis años que no tenemos un partido de Mundial. Punto final.

En este año caótico, estrambótico, singular, de mierda, digamos, nuestro refugio más próximo está siendo la imaginación. Pensar. Y yo pienso firmemente que en 2021 el mundo entero nos debe un Mundial. Debemos ser compensados por este fraude llamado 2020.

A mi me gustan los mundiales porque en esta era de la fugacidad — ¿ok, boomer? — , donde parece que podemos poseer todo al instante, donde un clic te lleva a donde quieras, tenemos que esperar cuatro años — si sos de esos exclusivos países que tienen la suerte de clasificar siempre — para un mes de placer. Acá no importa si tenés más megas, más guita, más influencias. Yo espero cuatro años, vos esperás cuatro años.

También me gustan porque son un ayuda memoria. Salga un buen evento o el peor de todos, siempre vas a recordar dónde estabas en tal o cual ocasión. ¿El gol de Cambiasso a Serbia y Montenegro, tal vez el mejor gol colectivo de la historia argentina en mundiales? Estaba en la escuela, separando sujeto y predicado con tres compañeras –— como verán, no sirvió de mucho — . No me dejaron faltar, mi vieja ya sabía que era un burro. ¿Argentina versus Croacia, 2018? En la universidad, pegado a un oso barbudo que me salivó la oreja durante noventa minutos gritando que Messi era pecho frío. Unos días después, también en la universidad y a minutos de dar un parcial crucial, vi Argentina ante Nigeria en el mismo lugar, con el mismo oso al lado, que ahora era fanático de Messi.

Y he aquí la cumbre de los momentos relevantes de un Mundial de fútbol: 13 de julio de 2014. Ese día estaba cumpliendo veintidós años y de paso perdía mi primera final del mundo. Solo, delante del televisor.

¿Sabés cuántos países pueden decir que entienden lo que es ser subcampeón del mundo? Diez. Y si me pongo fino, alguno ya desapareció.

Pero…

¿Cuánta gente puede decir que perdió una final del mundo el día de su cumpleaños?

Pensándolo bien, ya no sé si quiere otro Mundial.

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